martes, 13 de noviembre de 2012

Las múltiples vidas de Fernando Pessoa

Abro la ventana y oigo el repique de la lluvia sobre el capó de los coches, ese clop-clop que parece la métrica astral con que declama sus versos la naturaleza.
Recuerdo que anoche mismo —en la novela Los últimos tres días de Fernando Pessoa, de Tabucchi— Pessoa le contaba a Antonio Mora algo parecido, sino lo mismo. Le contaba que en Cascais lo tomaron a su cuidado una viuda y sus dos hijas, y que cuando se quedaba solo, le acompañaba un perro negro inteligentísimo que rascaba el suelo con las patas y le indicaba el ritmo del verso, y que así, al dictado de aquella métrica animal, iba midiendo la cadencia de sus poemas. Pessoa murió al rato de contarle esto a Antonio Mora.  
Hace poco cumplí cuarenta y siete, los mismos que tenía Pessoa anoche, cuando expiró. Miro la lluvia. Hoy tiene el acento de un poema triste. Una cadencia sombría. Cierro la hoja de la ventana y la tarde sin luz me procura mi imagen en el cristal; un azogue oscuro donde me miro, más cansado y más viejo. Me imagino mirándome desde fuera. Cuál de los dos es el verdadero. Quisiera preguntárselo a ese yo que me mira del lado de la lluvia, pero temo que para ello habré de alcanzar la excelsa altura de Pessoa, que murió en la abundancia de sus yoes, multiplicado de vida.   
Hasta anoche, yo pensaba que la soledad era el medio para crear; hoy ya sé que creamos para combatirla. Lo vi en Pessoa amplificado. Un ser que vivió en pensiones o en habitaciones alquiladas, que paseaba su triste figura de funcionario enjuto por las calles de Lisboa y que se bebió todo el aguardiente de la bodega de Abel Pereira da Fonseca sin por ello perder la calma y sus formas de elegante caballero. En la vasta soledad de sus horas urdió sus biografías, a las que les puso los nombres y las voces de Álvaro de Campos, Ricardo Reis, Bernardo Soares, Alberto Caeiro, Antonio Mora…, para vivir miles de vidas en la suya.
¿De igual manera habré de reinventarme en las horas de soledad? ¿Y si yo fuera el heterónimo de ese ser translúcido que me mira desde el lado de la lluvia? ¿Habré de explicarle que si abro de nuevo la hoja no es para que desaparezca sino para que el agua de lluvia me dicte, como aquel perro negro de Cascais, el ritmo de las letras que escribo?
Esta tarde trae asonancias tristes y la saliva espesa de la saudade. No se nos culpe, entonces, del tono agridulce de esta hoja; cúlpese a la lluvia y a su prosodia de agua. 


Pepe Quesada conversando con Pessoa en  A Brasileira do Chiado. Lisboa. Noviembre de 1994

Anoche tomé de mis baldas amarillas Los últimos tres días de Fernando Pessoa. Es una novela muy corta, o un relato muy largo, de cincuenta páginas, que se lee en una sentada. La narración supone mucho más que una aproximación al fenómeno de los heterónimos. Es, a la vez que un homenaje, una implicación del autor —Antonio Tabucchi— en ese cosmos de personajes ficticios con voz y vida propia.

La edición de mis baldas es un tomito muy menudo, de aquellos que a mediados de los noventa editó Alianza Editorial para vender al asequible precio de cien pesetas. Fue aquella la época de mi primer enamoramiento de Lisboa. Acababa de volver de un viaje que puso ante mis ojos a una ciudad hermosa en su honorable decadencia y en su capacidad para reinventarse en cada una de sus piedras, donde tomé el mejor café del mundo y donde disfruté de tardes memorables frente a aquel Tajo cansado y brumoso, camino del mar. A mi vuelta, acudí a Pessoa y a Tabucchi como bálsamo de fierabrás contra el mal de la saudade y me aficioné a ellos con tal de combatir la ausencia de aquel amor imposible y lejano.

Ni que decir tiene que la saudade no se cura con nada del mundo, pues al ser un mal cuyos síntomas precisos aún no se han alcanzado a describir, no hay médico ni medicina capaz de ponerle remedio.



6 comentarios:

  1. La soledad, mi querido Pepe, es adictiva, más en los poetas y escritores, porque te lleva al centro de las propias emociones, al primigenio vagido de la vida, al ulular de la conciencia cósmica.
    El ritmo del verso lo dicta un Alguien desde lo ignoto y nosotros nos aferramos a esa melodía como si se nos escapara el mundo por la alcantarilla, porque la lluvia es maná para la nostalgia y cuando se muere un Fernando, los que nos quedamos de este lado de los astros, repiqueteamos en un teclado la lágrima de ausencia que nos provoca su partida. Me gustó esta puesta en las Baldas, que hoy son azules por añoranza de cielo.

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  2. Sí, Gloria, vano el hombre que cree que el ritmo no viene impuesto por los estímulos de fuera, o por los de dentro. Pero impuesto.
    Un beso.

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  3. Pepe, gracias por estas letras que me hacen ver que la soledad, que a veces se apodera de la esencia del ser humano, es igual de frontera a frontera, y también fue bueno saber que las notas lánguidas de una lluvia fina no me pertenecen como pensaba, sino que son universales y viven detrás de todas las ventanas.

    Un abrazo muy fuerte y felicidades por tu blog
    Marina

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    1. Gracias, Marina. Lástima que la soledad, en matemáticas, sea lo mismo que el cero, que por mucho que se multiple con otras soledads siempre será soledad.
      Pero bueno, que te comprendan, al menos la mitiga.
      Un beso.
      Pepe.

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  4. Querido Pepe, de esta entrada me han gustado muchas cosas: la métrica animal del inteligentísimo perro negro, el clop-clop de la lluvia y su prosodia de agua, los heterónimos de Pessoa haciéndolo vivir miles de vidas en la suya ("vidas a lo ancho", diría Rosa Montero), y vos en la foto, "conversando" con él en Lisboa. De Pessoa he leído muy poco, pero después de leerte a vos, dan ganas de conocerlo más. Cariños, Mariángeles

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    1. Gracias, Mariángeles.
      Vivimos a lo ancho cuando creamos, es verdad. Nos expandimos.
      Que estés por aquí con tus comentarios me da aliento.
      Un beso.
      Pepe.

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